La celebración de la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo

Cenantibus autem eis, accepit Iesus panem et benedixit ac fregit deditque discipulis et ait: “Accipite, comedite: hoc est corpus meum” — Mateo: 26, 26Desde hace mucho tiempo me he preguntado cómo ...

Cenantibus autem eis, accepit Iesus panem et benedixit ac fregit deditque discipulis et ait: “Accipite, comedite: hoc est corpus meum” — Mateo: 26, 26

Desde hace mucho tiempo me he preguntado cómo transcurrió la llamada “última cena”, de principio a fin. Esta cena transcurrió un jueves, un día antes del sacrifico de Jesús en la cruz. La Pascua es la festividad más importante en el judaísmo, y en tiempos de Jesús la gente debía ir a Jerusalén para celebrarla. Ese año, el 33 de nuestra era, la fiesta debía hacerse el sábado (que comenzaba el viernes en la noche), pero como Jesús iba a morir decidió celebrarlo un día antes (el jueves por la noche). Esto era permitido; en caso de gravedad, el celebrante podía adelantar o atrasar la cena pascual. La cena como tal es un ritual muy interesante que se ha querido conservar desde su institución en tiempos de Moisés. Para el judío, la Pascua es un recordatorio de que Dios liberó a su pueblo, Israel, de la esclavitud. Para el católico, la Pascua judía es el antecedente de la santa misa, la cual fue instituida por Jesucristo precisamente en esa noche, y fue recreada por los apóstoles y sus sucesores hasta el día de hoy, de generación en generación. En tiempos de Semana Santa dicho acontecimiento es recordado de manera especial el jueves santo; la Iglesia incluye dentro de la misa el rito del lavado de los pies, a imitación del Maestro.

Las palabras del Evangelio nos dicen lo realmente necesario para nuestra salvación, de manera que el resto de la información pasa a segundo término, pero he tenido la inquietud de investigar sobre cómo acontecieron las cosas con más lujo de detalle. Esto es algo difícil de hacer porque no hay mucha documentación al respecto, y la información que se tiene provee datos diferentes, con distintos matices, que necesita ensamblarse haciéndolo todo coherente y cronológico. El gran problema es que algunos sucesos pueden ponerse antes o después de otros, de manera que no queda del todo claro el orden de las cosas. De cualquier modo, he intentado redactar una posible versión de lo sucedido. He procurado respetar los datos de cada fuente e incluir lo correspondiente a aquella cena específicamente. Lo siguiente es, enfatizo, una propuesta.

Termino esta introducción recordándo las palabras del apóstol san Juan, que dice: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.” Jn 21, 25.

La Última Cena

Basado en los 4 Evangelios, en las revelaciones de Ana Catalina Emmerich contenidas en el libro “La amarga pasión de Cristo” y en el Séder de Pesaj.

Jueves Santo, el 13 Nisán (29 de marzo)

El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: “Vayan a prepararnos lo necesario para la comida pascual”. Los discípulos le preguntaron: “¿Dónde quieres que la preparemos?”. Jesús les respondió: “Al entrar en la ciudad encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa donde entre, y digan a su dueño: El Maestro dice: Se acerca mi hora. ¿Dónde está la sala en que podré comer la Pascua con mis discípulos?. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta: preparen allí lo necesario”. Los discípulos subieron a Jerusalén, por una quebrada al sur del templo y al norte de Sión. En una de las vertientes de la montaña del templo había una hilera de casas, y ellos marcharon frente a esas casas, siguiendo el curso de un torrente. Cuando alcanzaron la cumbre del monte Sión, que es una montaña más alta que la montaña del templo, se encaminaron hacia el mediodía, y al principio de una pequeña cuesta encontraron al hombre que Jesús les había descrito; fueron tras él y le dijeron lo que Jesús les había mandado. El hombre recibió con gran alegría sus palabras y les respondió que en su casa había sido ya dispuesta una cena (probablemente por Nicodemo), pero que, hasta aquel momento, él no había sabido para quién y que se alegraba mucho de saber que era para Jesús. El nombre de este hombre era Helí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa Jesús había anunciado el año anterior la muerte de Juan el Bautista. Helí tenía únicamente un hijo, que era levita, y amigo de san Lucas, antes de que éste fuese llamado por Nuestro Señor, y cinco hijas, todas ellas solteras. Todos los años acudía a la fiesta de Pascua con sus sirvientes, alquilaba una sala y preparaba la Pascua para todos aquellos que no tuvieran amigos con quienes hospedarse en la ciudad. Ese año había alquilado un cenáculo propiedad de Nicodemo y José de Arimatea. Mostró a los apóstoles dónde estaba y cuál era su distribución.

El cenáculo, que en otras épocas había sido más grande, fue residencia de los bravos capitanes de David, que allí se ejercitaban en el uso de las armas. Antes de la construcción del Templo, el Arca de la Alianza estuvo depositada allí durante un largo período. El profeta Malaquías se cobijó bajo ese mismo techo; fue allí donde escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza. Salomón rindió honores a esta casa y llegó a tener lugar en ella algún acto simbólico y figurativo que se ha olvidado. Cuando casi todo Jerusalén fue destruido por los babilonios, esta casa fue respetada. Cuando fue comprado por Nicodemo y José de Arimatea, este edificio estaba en muy mal estado. Ellos arreglaron el cuerpo principal y lo dispusieron cómodamente; lo alquilaban a los extranjeros que acudían a Jerusalén con motivo de la Pascua. Así fue como Nuestro Señor pudo celebrar allí la Pascua del año anterior. Además, la casa y sus dependencias se utilizaban como almacén de estelas, monumentos y otras piedras, y también como taller para los obreros. José de Arimatea poseía excelentes canteras en su país, de donde hacía traer grandes bloques de piedra, con las cuales, bajo su dirección, esculpían sepulcros, adornos y columnas que después vendían. Nicodemo también se dedicaba a este negocio y solía pasar muchas horas de sus ratos libres esculpiendo. Trabajaba en la sala o en el sótano bajo ésta, excepto en tiempo de las fiestas. Su trabajo lo había llevado a conocer a José de Arimatea, de quien se había hecho amigo; a menudo, habían llevado a cabo juntos alguna empresa.

El cenáculo propiamente dicho está casi en el centro del patio, es rectangular y lo rodean chatas columnas. La luz penetra por unas ranuras que hay en lo alto de las paredes. Al entrar, se encuentra primero un vestíbulo, al que dan acceso tres puertas; luego, la gran sala interior, de cuyo techo cuelgan varias lámparas; las paredes, hasta media altura, están decoradas para la fiesta con hermosas esteras y tapices, y una abertura del techo ha sido velada con una gasa azul muy transparente. La parte de atrás de la habitación está separada del resto por una cortina también de gasa azul. Esta división en tres partes del cenáculo le otorga cierta semejanza con el templo, donde encontramos el atrio, el Sancta y el Sanctasanctórum. En la parte posterior del cenáculo se encuentra, colgada a derecha e izquierda, la indumentaria precisa para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar. Un banco de piedra elevado sobre tres escalones; y con la figura de un triángulo rectángulo está sujeto a la pared. Ése debía ser el horno donde se asa el cordero pascual. Los apóstoles hicieron grandes preparativos para la cena pascual. En la pared que hay encima de este horno o altar, se ve una especie de nicho, delante del cual está la imagen de un cordero pascual: tenía un cuchillo en el cuello y su sangre parecía ir cayendo gota a gota sobre el altar. En otro nicho de la pared había tres alacenas de diversos colores, que podían moverse como nuestros tabernáculos, para abrirlas y cerrarlas. Había en ellas todo tipo de vasijas para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento fue colocado allí. En las habitaciones adyacentes al cenáculo se veía una especie de divanes con gruesos cubrecamas, que podían ser usados como camas. Bajo el edificio hay hermosas bodegas. El Arca de la Alianza estuvo en algún momento depositada debajo de donde ahora está el hogar. La casa cuenta con cinco cañerías que, por debajo del suelo, se llevan las inmundicias y las aguas de la montaña, pues la casa está construida en un punto elevado.

Cuando los apóstoles acabaron de hablar con Helí de Hebrón, este último entró en la casa por el patio, pero los discípulos torcieron a la derecha y bajaron el monte Sión hacia el norte. Atravesaron un puente y siguieron por un sendero cubierto de árboles hasta el otro lado de la quebrada de delante del templo y de la hilera de casas que quedan al sur de éste. Allí estaba la casa del anciano Simeón, que murió en el templo tras la presentación de Nuestro Señor. Los hijos de Simeón, algunos de los cuales eran discípulos de Jesús en secreto, vivían ahora en la casa de Simeón. Los apóstoles hablaron con uno de ellos, un hombre alto y moreno que trabajaba en el templo. Fueron con él hasta la parte oriental del templo, atravesando la puerta de Ofel, por la que Jesús había entrado en Jerusalén el domingo de ramos, y prosiguieron hasta la plaza del ganado, al norte del templo. En la parte sur de esta plaza había pequeños cercados como jardines en miniatura, en los que pastaban hermosos corderos. Allí era donde se compraban los corderos de Pascua. El hijo de Simeón entró en uno de estos cercados, y los corderos se acercaban a él como si lo conocieran. Escogió cuatro, que fueron llevados al cenáculo, donde empezaron a prepararlos.

Pedro y a Juan fueron, además, a diversas partes de la ciudad y se encargaron de varias cosas. También fueron a una casa situada al norte del monte Calvario. Esa casa, donde los discípulos de Jesús se alojaban casi siempre, pertenecía a Serafia, que luego fue llamada Verónica. El marido de ella era miembro del consejo, y pasaba mucho tiempo fuera de casa ocupado en sus asuntos, pero aun cuando estaba en casa, se veían poco. Serafia era una mujer más o menos de la edad de la Santísima Virgen, que conocía a la Sagrada Familia desde hacía mucho tiempo, pues cuando Jesús niño se quedó tres días en Jerusalén después de la fiesta, ella se ocupó de alimentarlo. Pedro y Juan enviaron desde allí a algunos discípulos al cenáculo, y les hicieron varios encargos. Ellos entraron entonces en casa de Serafia, donde tenían que hacer todavía algunas cosas. Los dos apóstoles cogieron de allí, entre otras cosas, el cáliz con el que Nuestro Señor instituyó la sagrada Eucaristía. El cáliz que los apóstoles cogieron de casa de Verónica tenía una apariencia hermosísima y misteriosa. Había estado depositado mucho tiempo en el templo, entre otros objetos preciosos, y era muy antiguo, tanto, que su origen y uso habían sido olvidados. Porque Dios así lo quiso, se encontró este cáliz santo que nunca se ha podido fundir debido a que no se sabe de qué material está hecho. Fue hallado por los sacerdotes en el tesoro del Templo, entre otros objetos que habían sido vendidos como antigüedades. Serafia lo compró, y había sido utilizado ya muchas veces por Jesús en las celebraciones; desde el día de la última cena pasó a ser custodiado por la sagrada comunidad cristiana. Este cáliz no siempre había tenido el mismo aspecto; y quizá en esa ocasión de la cena habían reunido las diferentes piezas que lo componían. Colocaron el gran cáliz sobre una bandeja, rodeado por seis pequeñas copas. El cáliz contenía a su vez un recipiente menor sobre un plato, todo ello cubierto con una tapadera redonda. En el cáliz había insertada una cuchara que podía sacarse con facilidad. Todos estos diferentes vasos estaban envueltos en paños y metidos en una bolsa de cuero. El gran cáliz se compone de la copa y del pie, que seguramente fue añadido con posterioridad. La copa tiene forma de pera, es maciza y oscura y muy bruñida; tiene adornos dorados y dos pequeñas asas para sujetarla. El pie es de oro puro, finamente labrado. En él está representada la figura de una serpiente y hay también un racimo de uva; en todo él se han engastado piedras preciosas. El gran cáliz perteneció a la casa de Abraham; Melquisedec lo llevó consigo desde la tierra de Semíramis a la tierra de Canaán, donde fundó algunos asentamientos en el lugar donde después se edificaría Jerusalén. Lo utilizó en el sacrificio, cuando ofreció pan y vino en presencia de Abraham, después volvió a dejarlo en manos de este sagrado patriarca. El mismo cáliz estuvo asimismo en el arca de Noé.

Al atardecer, Jesús llegó con los doce al cenáculo. Jesús y sus discípulos comieron el cordero pascual en el cenáculo divididos en tres grupos. Jesús con los doce apóstoles en el cenáculo propiamente dicho; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales, otros doce se agruparon en torno a Eliaquim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí; Eliaquim había sido discípulo de Juan el Bautista.

Tres de los corderos habían sido sacrificados para ellos en el Templo. El cuarto cordero fue inmolado en el cenáculo, y de ése comieron Jesús y los apóstoles. Judas no sabía eso porque, ocupado en sus artimañas, no había regresado hasta hacía poco, y no había estado presente cuando sacrificaron el cordero. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los apóstoles fue muy emocionante: se llevó a cabo en el atrio del cenáculo. Los apóstoles y los discípulos presentes cantaron el salmo 118. Jesús les habló del tiempo nuevo que comenzaba y que los sacrificios de Moisés y del cordero pascual iban a cumplirse; y que por esta razón el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, porque también ellos estaban a punto de liberarse de la esclavitud.

Se dispusieron los recipientes y los instrumentos necesarios. Trajeron un cordero pequeñito tocado con una corona que fue enviada a la Santísima Virgen, a la estancia en la que ella permanecía con las santas mujeres. El cordero estaba atado a una tabla, con una cuerda que le rodeaba el cuerpo. El hijo de Simeón sostenía la cabeza del cordero; Jesús le hizo una incisión en el cuello con la punta de un cuchillo, que dio entonces al hijo de Simeón, quien acabó de matarlo. A Jesús parecía repugnarle tener que herir al animal; lo hizo de prisa, pero con solemnidad: la sangre fue recogida en un cuenco y Jesús mojó en ella un ramo de hisopo. A continuación, fue a la puerta de la sala, tintó con sangre los dos pilares y la cerradura y fijó el ramo sobre la puerta. Habló luego a los discípulos y les dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador se mantendría alejado, que debían orar en aquel sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, Él mismo, el verdadero cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar y que durarían hasta el fin del mundo. Después todos fueron al otro extremo de la sala, cerca del lugar donde debajo, en otro tiempo, había estado el Arca de la Alianza. El horno estaba encendido: Jesús echó la sangre sobre el lugar y lo consagró como un altar. Luego, seguido de los apóstoles, fue rodeando el cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Mientras tanto, todas las puertas permanecían cerradas. El hijo de Simeón había completado ya la preparación del cordero. Lo había colocado sobre una tabla, con las patas de delante cada una atada a un palo y las de atrás juntas y extendidas. Recordaba a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos sacrificados en el Templo. El cordero pascual de Nuestro Señor no fue sacrificado en el templo, pero todo se hizo conforme a la ley. Jesús pronunció todavía otras palabras y dijo a sus discípulos que el cordero era sólo un símbolo, que Él era el verdadero cordero pascual y que sería sacrificado al día siguiente.

Tras estas palabras de Jesús, y habiendo llegado Judas, empezaron a disponerse las mesas. Los discípulos se pusieron los vestidos de ceremonia que estaban en el vestíbulo, se cambiaron las sandalias, y se colocaron encima una especie de camisa blanca y una capa, que era más corta por delante que por detrás; se sujetaron los vestidos en la cintura, y se remangaron las mangas que eran muy anchas. Cada grupo fue a la sala que le había sido asignada. Los discípulos a las salas laterales, Nuestro Señor con los apóstoles se quedó en la del cenáculo. Cogieron cada uno un palo y, con él en la mano, fueron acercándose de dos en dos a la mesa; permanecieron de pie, cada cual en su sitio, con el palo apoyado sobre los brazos extendidos y las manos levantadas.

La mesa era estrecha y con forma de herradura y de una altura algo superior a la rodilla de un hombre; frente a Jesús, dentro del semicírculo, se dejó un sitio vacío desde donde poder servir los platos. Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor estaban a la derecha de Jesús; a ese extremo de la mesa se sentaba Bartolomé; en el otro lado, Tomás y Judas Iscariote; a la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo, y en la punta de la izquierda, Simón, y a continuación Mateo y Felipe. En medio de la mesa estaba la bandeja con el cordero pascual. Su cabeza reposaba entre sus patas delanteras, dispuestas en cruz, las patas de atrás seguían extendidas; todo el borde de la fuente estaba adornado con ajos. Junto a esta bandeja había un plato con la carne asada de Pascua, además de un plato con verduras y un segundo plato con manojitos de hierbas amargas que parecían hierbas aromáticas. Frente a Jesús había otra fuente con hierbas y un plato con una salsa oscura y espesa. Los discípulos tenían cada uno ante sí unos panes redondos y planos, sin levadura, en lugar de platos, y cuchillos de marfil.

La Santísima Virgen María encendió los candeleros sobre la mesa, dijo una plegaria y acto seguido se retiró de la sala. Después de la plegaria, el sirviente principal puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, y también una copa llena de vino, luego llenó las otras seis copas, situadas cada una entre dos apóstoles. Llegada la hora, Jesús se acercó a la mesa con los Apóstoles y les dijo: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”. Jesús tomó el caliz y bendijo el vino con estas palabras: “Bendito eres Tú, Adonai, nuestro Dios, rey del universo, creador del fruto de la vid. Bendito eres tú, Adonai, nuestro Dios, rey del universo, que nos has elegido entre todos los pueblos y nos has exaltado sobre todas las lenguas, y nos has santificado con tus mandamientos. En tu amor, Adonai, nuestro Dios, nos diste tiempos de alegría, festividades y temporadas de regocijo, este día de la fiesta de los panes ácimos, temporada de nuestra libertad, una convocación sagrada en conmemoración de la salida de Egipto. Porque nos has elegido y nos has santificado entre todos los pueblos, y nos has otorgado tus festividades sagradas con alegría y regocijo. Bendito eres Tú, Adonai, que santificas a Israel y los tiempos festivos.” Luego lo bebió. Los apóstoles compartían una copa entre dos. Jesús se lavó las manos sin pronunciar palabra. Después tomó un trozo pequeño de un vegetal verde, lo sumergió en agua salada y pronunció la siguiente bendición: “Bendito eres Tú, Adonai, nuestro Dios, rey del universo, creador del fruto de la tierra”. Luego se comió el vegetal. Nuestro Señor partió el cordero: los apóstoles fueron recibiendo cada uno una porción sobre su pan. Lo comieron muy de prisa separando la carne de los huesos con sus cuchillos de marfil y quemando después los huesos. Todo esto lo hicieron de pie, apenas apoyados en el respaldo de sus asientos. Jesús partió el segundo pan ácimo, el de en medio, guardó una parte y distribuyó la otra entre los apóstoles.

En ese momento Jesús llenó el caliz por segunda vez, y después Juan le hizo cuatro preguntas, obteniendo explicaciones del Señor basándose en el libro del Éxodo: ¿Por qué esta noche es diferente de todas las demás noches? Ante esta pregunta el Señor habló sobre la noche en que los judíos celebraron la primera Pascua en Egipto y que el Señor protegió a su pueblo del ángel exterminador. ¿Por qué todas las demás noches comemos pan con o sin levadura, pero esta noche sólo sin levadura? El Señor explicó la rapidez con que tuvieron que preparar aquella primera cena pascual y la sencillez de los alimentos. ¿Por qué todas las demás noches comemos todo tipo de hierbas, pero esta noche sólo hierbas amargas? El Señor habló sobre la amargura de la exclavitud y que los judíos no debían olvidar el sufrimiento de los primeros padres. ¿Por qué todas las demás noches no mojamos nuestros alimentos, pero esta noche los mojamos dos veces? El Señor habló sobre el cruce del mar rojo y cómo los padres tuvieron que huir desesperadamente de Faraón. Después del diálogo, el Señor bebió la segunda copa de vino tras pronunciar una bendición.

Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, Jesús se levantó de la mesa y mandó a Juan que cogiera una jofaina y a Santiago, un cántaro lleno de agua; y que lo siguieran a la sala, adonde el sirviente principal había llevado otra jofaina vacía. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús, ataviado de un modo tan humilde, les reprochó la disputa que se había suscitado entre ellos, y les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor, y que se sentaran para que él les lavara los pies. Tomaron asiento en el mismo orden que habían estado sentados a la mesa. Se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en una jofaina y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Nuestro Señor llevó a cabo este acto de humildad lleno de afecto hacia sus apóstoles. Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?”. Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás”. Jesús señaló a Pedro ante los apóstoles, y les dijo que cuando él ya no estuviera presente, Pedro ocuparía su lugar. “No”, le dijo Pedro, “¡tú jamás me lavarás los pies a mí!”. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte”. “Entonces, Señor”, le dijo Simón Pedro, “¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos”. Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios”. Al lavarles Jesús los pies fue como si les hubiera concedido una especie de absolución espiritual. Pedro, en medio de su celo, lo que vio fue que aquel gesto era una humillación demasiado grande para su Maestro. Él no sabía que al día siguiente, para salvarlo, Jesús se sometería a la ignominiosa muerte en la cruz.

Cuando Jesús lavó los pies de Judas, lo hizo del modo más afectuoso. Acercó su sagrada faz a los pies de Judas y le dijo en voz baja que desde hacía un año sabía de su traición. Judas fingía no oírlo y hablaba con Juan, lo que hizo que Pedro se irritara y no pudiera evitar decirle: “Judas, el Maestro te está hablando”. Entonces Judas dio a Jesús una réplica vaga y evasiva, dijo algo así como: “Dios me libre, Señor”. Los demás no se habían dado cuenta de que Jesús le había hablado a Judas, pues lo hizo en voz baja para que los otros no lo oyeran y, además, estaban ocupados en calzarse de nuevo las sandalias. Nada en todo el transcurso de su pasión afligió tanto a Jesús como la traición de Judas.

Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. No lo digo por todos ustedes, pues han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí, y en mi Reino ustedes comerán y beberán en mi mesa y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí. Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió”.

Según indicaciones del Señor, el sirviente principal volvió a disponer de nuevo la mesa, que habían retirado un poco. Colocándola en medio de la sala, puso sobre ella una jarra lleno de agua y otra llena de vino. Jesús se lavó las manos pronunciando la siguiente bendición: “Bendito eres Tú, Adonai, nuestro Dios, rey del universo, que nos santificaste con tus mandamientos y nos ordenaste sobre el lavado de las manos”. Jesús se encontraba entre Pedro y Juan, las puertas estaban cerradas, y todo tenía un aire misterioso y solemne. A continuación, retiró el paño que cubría los panes ácimos. Entonces bendijo el pan y el aceite. Levantó con las dos manos la bandeja con los panes y dijo: “Bendito eres Tú, Adonai, nuestro Dios, rey del universo, que haces salir el pan de la tierra”. Después bajó los panes y añadió otras palabras: “Bendito eres Tú, Adonai, nuestro Dios, rey del universo, que nos santificaste con tus mandamientos y nos ordenaste comer matzá”. Acto seguido, el Señor repartió los panes y todos comieron una porción suficiente. Posteriormente, comieron hierbas amargas e hicieron un emparedado con el pan, agregando algunos frutos y nueces. Luego se retiraron a una sala anexa donde estaban los alimentos principales de aquel tiempo y degustaron de la cena festiva.

Al volver al cenáculo, el Señor tomó luego el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan añadiera un poco de agua que Jesús había bendecido antes; a continuación, bendijo el cáliz, lo elevó orando, lo ofreció y lo colocó de nuevo sobre la mesa. Juan y Pedro le echaron un poco de agua sobre las manos, encima del plato en el que habían estado los panes. Jesús recogió, con la cuchara insertada en el pie del cáliz, un poco del agua vertida sobre sus manos y la vertió a su vez sobre las de ellos; después, el plato fue dando la vuelta a la mesa y todos se lavaron las manos sobre él.

Jesús se mostraba cada vez más tierno y afectuoso con sus discípulos; les repitió que iba a darse a ellos entero, todo lo que él tenía, es decir, Él mismo, como si estuviera transido de amor. Uno de los apóstoles encontró la pieza del segundo pan ácimo, la pieza que el Señor había guardado, y se la entregó a Él. Jesús partió el pan en varios trozos y los dejó sobre la bandeja; cogió un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. Jesús tomó el pan de la bandeja, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después Jesús sujetó el cáliz, dio gracias y se la entregó a sus apóstoles diciendo: “Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que se derrama por muchos para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”. Dio de beber a Pedro y a Juan del cáliz que sostenía en la mano y luego lo dejó de nuevo sobre la mesa. Juan vertió la divina sangre del cáliz en las copas pequeñas y Pedro se las entregó a los apóstoles, que bebieron dos de la misma copa. Había quedado un resto de la divina sangre en el fondo del cáliz, el Señor puso sus dedos sobre él y Pedro y Juan echaron de nuevo agua y vino sobre ellos. Después les dió a beber otra vez del cáliz y lo que quedó lo echó en las copas y lo repartió entre los demás apóstoles. A continuación, Jesús limpió el cáliz, metió dentro la pequeña en la que había guardado el resto de la sangre divina, puso encima la bandeja con lo que quedaba del pan consagrado, le colocó la tapadera, envolvió el cáliz y lo situó en medio de las seis copas. Había una indescriptible solemnidad en todo lo que Jesús hizo durante la Sagrada Eucaristía, y cada uno de sus movimientos estaba lleno de majestad.

Jesús dio a sus apóstoles unas instrucciones privadas. Les dijo que debían seguir celebrando el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin de los tiempos. Les enseñó cómo usarlo y cómo transmitirlo; y de qué modo, gradualmente, debían enseñar y hacer público este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de los elementos consagrados, cuándo debían darle parte de ellos a la Santísima Virgen, y cómo consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Divino Consuelo. Después les habló del sacerdocio, de la sagrada unción, de la preparación del Crisma y de los Santos Óleos. Había tres recipientes: dos de ellos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Les enseñó a hacer esta mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones.

Jesús ungió a Pedro y a Juan, en cuyas manos Él había vertido el agua que había corrido por sus manos y a los cuales había dado de beber de su mismo cáliz. A continuación, les impuso las manos sobre la cabeza y sobre los hombros. Ellos unieron sus manos cruzando los pulgares y se inclinaron profundamente ante Nuestro Señor hasta ponerse casi de rodillas. Jesús les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano y trazó una cruz sobre sus cabezas con el Crisma. Les dijo que también aquello permanecería hasta el fin del mundo. Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé fueron asimismo consagrados. Jesús cruzó sobre el pecho de Pedro una especie de estola que éste llevaba colgada al cuello. A los otros simplemente se la cruzó desde el hombro derecho hasta el izquierdo. Todo lo que Jesús hizo entonces fue en secreto y fue enseñado también en secreto. La Iglesia ha conservado todo lo que era esencial de esas instrucciones privadas y, bajo la inspiración del Espíritu Santo, lo ha ido desarrollando y adaptando según sus necesidades. Cuando estas ceremonias concluyeron, el cáliz, que estaba junto a la vasija del Crisma, fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte más retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina de gasa azul, y desde entonces aquel lugar fue el santuario. El sitio donde fue depositado el Santísimo Sacramento estaba un poco más elevado que el horno pascual. José de Arimatea y Nicodemo cuidaron el santuario y el cenáculo en ausencia de los apóstoles.

Después de comer y beber de la Eucaristía, cantaron un himno; Jesús rezó o permaneció en silencio, y luego se lavaron las manos de nuevo. A continuación, se sentaron. Nuestro Señor partió todavía otro cordero, que hizo llevar a las santas mujeres, que comían en una de las estancias del patio. Los apóstoles comieron todavía verduras y lechuga. Mientras estaban comiendo, Jesús se estremeció y manifestó claramente: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo”. Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: “¿Seré yo, Señor?”. El les respondió: “Es uno de los doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”. Juan estaba a la derecha de Jesús y apoyado en el brazo izquierdo comía con la mano derecha, recostó su cabeza en el pecho de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: “Pregúntale a quién se refiere”. Juan le preguntó: “Señor, ¿quién es?”. Jesús le respondió: “Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato”. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: “¿Seré yo, Maestro?”. “Tú lo has dicho”, le respondió Jesús. Y mojando un bocado se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Entre los judíos ofrecer pan era una prueba de amistad y de confianza. Jesús utilizó ese gesto para advertir a Judas sin declararlo culpable ante los otros. Sin embargo, Judas se consumía de rabia. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: “Realiza pronto lo que tienes que hacer”. Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: “Compra lo que hace falta para la fiesta”, o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche.

Después que Judas salió, Jesús dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: «A donde yo voy, ustedes no pueden venir». Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”. Luego Jesús dijo a Pedro: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?”. Jesús le respondió: “Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás”. Pedro le preguntó: “¿Por qué no puedo seguirte ahora? Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte. Yo daré mi vida por ti”. Pero Jesús replicó: “¿Darás tu vida por mí? Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”. Esto sucitó temor entre todos los apóstoles y comenzaron a hablar entre ellos. Entonces Jesús les dijo: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré. Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. Judas Tadeo le dijo: “Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?”. Jesús le respondió: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean”.

Después del canto de los salmos de alabanza Jesús les dijo: “Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿les faltó alguna cosa?”. “Nada”, respondieron. Él agregó: “Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”. “Señor”, le dijeron, “aquí hay dos espadas”. Él les respondió: “Basta”. Luego de un breve silencio les dijo: “Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado. Levántense, salgamos de aquí”. A continuación, entonaron un himno de acción de gracias, colocaron la mesa a un lado y se fueron hacia el atrio. Allí encontró Jesús a su Madre, a María, hija de Cleofás, y a Magdalena, que le suplicaron con ansia que no fuera al monte de los Olivos, porque corría el rumor de que querían cogerle. Pero Jesús las consoló con pocas palabras, y se alejó rápidamente de ellas, seguido de sus discípulos. Debían de ser cerca de las nueve. Bajaron por el camino que Pedro y Juan habían seguido para llegar al cenáculo, y se dirigieron al monte de los Olivos.

La ceremonia de la Pascua fue celebrada por Jesús de total conformidad con la ley. Los fariseos tenían por costumbre añadir algunos minutos y ceremonias suplementarias.

Notas

1.- El hecho de que el celebrante durante la pascua disponga de 3 panes es muy sugestivo, al menos para el católico, pues es símbolo de la Santísima Trinidad. Curiosamente siempre se toma el 2do pan para repartirlo, guardarlo y luego volverlo a destapar para ser comido durante la 3ra copa. El 2do pan estaría conectado con la 2da persona de la Trinidad, o sea el Hijo (Jesús mismo), y ese mismo pan es el que Él consagró y repartió a sus apóstoles. Así mismo, la 3ra copa es conocida como la copa de la redención; esa es la que Jesús consagró y la repartió a sus apóstoles. Más tarde, en el huerto de los Olivos el Señor diría “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” Lc 22, 42, refiriéndose precisamente a esta 3ra copa (la de la redención), pues sabía que para conceder la redención debía entregar su cuerpo y su sangre en el sacrificio de la cruz.

2.- La 4ta copa, que es conocida como la copa de la alabanza o elección, se bebe después de los salmos de alabanza. Sin embargo, después de la 3ra copa el Señor dijo claramente: “Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”, por lo cual se deduce que esta copa no fue bebida por el Señor. Personalmente considero que ese “vino nuevo” en el Reino del Padre es, precisamente, la copa de la alabanza, lo cual tiene todo el sentido si consideramos que el Reino consiste en alabar y adorar a Dios.

3.- La 5ta y última copa no se consideró durante la cena. Esta copa es conocida como la copa de Elías, y se acostumbraba (y aún hoy los judíos lo hacen) servirla pero no tomarla, en espera de que el profeta Elías vuelva como se tenía profetizado y pueda beberla. Nada de esto se tomó en cuenta en la última cena, ya que Nuestro Señor Jesucristo había dicho que el profeta Elías ya había vuelto, haciendo referencia a Juan el Bautista (véase Mt 17, 10-13), con lo cual ya no tenía sentido hacer este pequeño rito de la 5ta copa.