“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Después de hacer ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre” — Mateo: 4, 1-2
Jesús se fue al desierto antes de empezar su vida pública, del mismo modo, la Iglesia nos invita a un desierto antes de conmemorar solemnemente el culmen de la vida pública de Cristo: su pasión, muerte y resurrección. El desierto es un lugar seco, hostil, solitario y sin comodidades, ahí Jesús decidió orar y ayunar, ¿no es acaso lo mismo la Cuaresma? La Cuaresma es un tiempo de conversión, cuyos pilares son la oración, el ayuno y la limosna, aunque la Iglesia suele también invitar a hacer más mortificaciones que estas.
¿Cómo vivimos nuestra Cuaresma? ¿Es parecida al desierto de Jesús? Muchas veces, en el mejor de los casos, reducimos la cuaresma a ayunar el miércoles de ceniza y a no comer carne los viernes, pero continuamos nuestra vida diaria igual que antes. No vivimos la austeridad, nos seguimos llevando por los lujos y las comodidades de este mundo y nuestra vida cristiana no tiene cambio alguno, ¿esta es una verdadera conversión? En Cuaresma debemos dejar por un momento las comodidades, como lo hizo Jesús al ir al desierto; debemos hacer que nuestro principal alimento sea la Palabra de Dios y la oración, como lo hizo Jesús; debemos abstenernos de gustos y placeres cotidianos, como lo hizo Jesús en el desierto; debemos desprendernos de los bienes materiales, como lo hizo Jesús en el desierto; debemos ayunar, como hizo Jesús en el desierto; en pocas palabras, debemos mortificar nuestros sentidos y nuestro cuerpo, debemos imitar a Cristo. ¿No es esto la conversión, cambiar nuestras vidas para imitar a Cristo? Claro, la conversión es gradual, poco asemejarnos más a Cristo.
No se trata de inmediatamente dejar de comer durante cuarenta días y abandonar toda actividad para únicamente dedicarnos a la oración. Se trata de llevar el desierto a nuestra vida diaria. Si es la primera vez que soy consciente de esto, podría empezar por hacer un ayuno a la semana, hacer abstinencia un día más a la semana (es decir, no sólo los viernes), por dar limosna al que veo en la calle, dar limosna en la Iglesia, buscar al pobre para ayudarlo, podría poner más momentos de oración diaria, podría rezar el rosario más seguido o podría frecuentar más los sacramentos. Si otros años ya había sido consciente de lo que es la Cuaresma, este año podría hacer varias de estas cosas, incluso podría hacer otras cosas que no se hayan mencionado (pues la lista anterior no pretendía ser una lista exhaustiva). Lo importante es cada vez avanzar más en el espíritu de penitencia y conversión, pues en esto consiste la Cuaresma, en recordarnos que debemos asemejarnos cada vez más a Cristo y en prepararnos para la solemnidad más importante.
Por último, sería importante recordar que nunca es tarde para comenzar. Si aún no has hecho estos compromisos y propósitos cuaresmales, no importa, ¡empieza hoy mismo! Muchas veces nos desanimamos pensando “ya empezó la Cuaresma, ya es tarde, mejor lo hago el próximo año”, no caigamos en esta tentación del demonio, es mejor comenzar ya iniciada la Cuaresma qué no hacerlo. O, también, si ya hemos roto nuestros propósitos cuaresmales, no los dejemos, al contrario, esforcémonos más para cumplirlos. Nos despedimos con una cita bíblica que va a corde a esto último
«¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó.» — Rom. 8, 33-37